Descorcho una botella de vino e intento captar los matices de color, aroma y sabor. Aquellas características que le dan personalidad y memoria. Lo pongo al trasluz, aspiro y saboreo, dejo que se abra en mi boca y juegue con el paladar. Como el vino, las canciones pueden ser catadas, sólo hay que dejar que se deslicen por el pabellón auditivo y jueguen con el martillo y el yunque. Estas voces se cuelan y se enredan en mis nueronas, creando estados de conciencia alterados, como una droga, como el vino.
Una voz por sí sola. No sé sabe, en un principio, si es de hombre o de mujer, de quién o de qué es. Un lamento irreal, paranormal, sacado de las entrañas de un tiempo que parece remoto, de una oscura soledad perdida. Un quejido de autocomprensión, de consciencia, de calor cansado, desacompasado y desafinado. Estremecido, hace que quieras arrastrarte con las serpientes. Algo oscuro crece y se agarra, desde abajo, al estómago con uñas de animal. Algo diabólico, algo que se retuerce con sumo placer.
Esta voz no sale de un hombre, sale de una cueva. Es como la piedra, es como el metal, es como la tierra o la arena, es una trampa para osos con raices. Es una mano áspera que acaricia una piel de virgen. Por momentos toma forma de un hombre que nota en su propia carne algo que palpita. Algo seco y húmedo a la vez, algo que vibra y nos envuelve.
Voz usada de humo. Como una prostituta triste y hermosa, como una prostituta que folla por amor. Una picadura de abeja, aguda y ancha. Certera pique dónde pique. Un juego de cristales ahumados a través de los que se ve claramente. ¿A caso no trepa como algo salvaje y domesticado por la tráquea y la laringe?
Una magnolia dentada, bella y homicida. Una tristeza resignada y sabia.
Una magnolia dentada, bella y homicida. Una tristeza resignada y sabia.
magnífica degustación
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