Como cuando se escucha la música de una fiesta desde lejos, algo que esta ahí, algo que está sucediendo en otro tiempo, en otro lugar. Así siento las voces de los pioneros: Mamie Smith, Skip James, John Lee Hooker, Howlin'Wolf, Otis Spann... Una música de nombres olvidados que son el sustrato fundamental de nuestra cultura musical actual.
Como los elefantes que llevan el globo terráqueo sobre sus lomos. Una música que habla de un mundo que ha desaparecido, un mundo que aún podíamos controlar, un mundo que se mantenía en equilibrio entre dos eras. En cada nota habitan fantasmas, dioses y monstruos.
Como los elefantes que llevan el globo terráqueo sobre sus lomos. Una música que habla de un mundo que ha desaparecido, un mundo que aún podíamos controlar, un mundo que se mantenía en equilibrio entre dos eras. En cada nota habitan fantasmas, dioses y monstruos.
Parecido a una explosión de fuegos artificiales, que se van creando los unos a los otros incesablemente, es el nacimiento de la música moderna: la música que vino de África, y evolucionó entre heridas de algodón un océano más allá.
Es curioso y fascinante como de algo hermoso pueden surgir horribles engendros y, al contrario, de algo aberrante pueden crecer flores puras y raíces sanas. Así desde la lejana e interminable sucesión de acontecimientos que van desde una España conquistada por los árabes, a una América conquistada por los españoles, de las idas y venidas de los pueblos europeos, o las cadenas de los pueblos africanos. De todas estas mezclas, de todas estas alianzas, de todo este compartir (por la fuerza o libremente), la música hizo de su capa un sayo. Los músicos de todas estas épocas fueron creando, uniendo, transformando los ritmos propios con los ajenos. Todo para que en siglo XX, a orillas del Mississippi, todas estas influencias, que iban agarrándose a las paredes del tiempo, se confabulasen en unas guitarras, en unos pianos y en unas voces que cantaban a la libertad, a dios y al diablo.
Es curioso y fascinante como de algo hermoso pueden surgir horribles engendros y, al contrario, de algo aberrante pueden crecer flores puras y raíces sanas. Así desde la lejana e interminable sucesión de acontecimientos que van desde una España conquistada por los árabes, a una América conquistada por los españoles, de las idas y venidas de los pueblos europeos, o las cadenas de los pueblos africanos. De todas estas mezclas, de todas estas alianzas, de todo este compartir (por la fuerza o libremente), la música hizo de su capa un sayo. Los músicos de todas estas épocas fueron creando, uniendo, transformando los ritmos propios con los ajenos. Todo para que en siglo XX, a orillas del Mississippi, todas estas influencias, que iban agarrándose a las paredes del tiempo, se confabulasen en unas guitarras, en unos pianos y en unas voces que cantaban a la libertad, a dios y al diablo.
Es un viaje alucinante ir desde la "prehistoria" de esta música que llena nuestras casas, desde esas voces oscuras, extrañas y terráqueas hasta el pop más actual. Pero aquellas voces... voces con garras y heridas. Aquellas voces que respiran como un animal, que nos hablan, obscenamente, desde tarimas de maderos húmedos y rojos de sudor.
Ver cómo esos ritmos nacidos de las turbias aguas de un río sibilino se van volviendo sofisticadas, cómo los ritmos, los temas, los intérpretes se van dulcificando. Cómo la llegada de los vinilos, los estudios, el mercado de la música, las fórmulas del éxito, etc ha ido cambiando estas voces, causa un sentimiento ambiguo y contradictorio. Por un lado han dado lugar a nombres como Chuck, Jerry, Muddy... y después Otis, Sam, Aretha... voces indiscutibles, canciones imprescindibles, pasión, fuerza, emoción... pero lo salvaje... se ha ido perdiendo por el camino. Eso salvaje que esconde Billie. La música, como los perros, se puede domesticar y eso es lo que ha sucedido.
Lo salvaje, lo primitivo, ese oso que duerme dentro y despierta en ocasiones. Eso irracional que se deja deslizar por las cuerdas de la guitarra, por las cuerdas vocales y las del piano, no ha vuelto a ser tan puro como en aquellas voces azules.
Con la llegada del pop, de la posmodernidad (sea lo que sea), los medios de comunicación y su influencia, se antoja imposible poder alcanzar esas cumbres de libertad, paradojas de la vida. Ese olor a origen, a nacimiento, a recién parido. Algo puro, aterrador y luminoso. Y si lo pensamos bien, ¿qué puede haber más turbador, inquietante y oscuro que una concepción?, ¿hay algo más salvaje e incontrolable que algo que crece por si mismo y vive?, ¿hay algo más libre?
Así, estas canciones son pura biología, han nacido entre llantos y sangre. Esas voces son carnales, tienen vientre, pelo y venas.
Así, estas canciones son pura biología, han nacido entre llantos y sangre. Esas voces son carnales, tienen vientre, pelo y venas.
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