miércoles, 15 de junio de 2011

Droga para los muebles

Es fascinante descubrir cómo la música es, de hecho, una potente droga que, además de crear estados de conciencia alterados, es capaz de cambiar casi literalmente una habitación, una estancia, una casa.



Así como un lugar se vuelve cutre o macarra cuando suena Christina Aguilera o Rihanna, del mismo modo cuando a través de la tela de araña de los altavoces salen los aullidos de Howlin´Wolf, la habitación se pone seria. Los muebles chirrían para acomodarse, las partes de conglomerado parecen volverse roble y adquieren el poso de un buen vino. A las sillas les salen arrugas y se muestran vividas y llenas de experiencia. Una lija invisible envejece los muebles y la voz se cuela entre las grietas de la madera como un betún de Judea que oscurece y da solemnidad.



Entonces cambio el disco, y dejo que Otis haga los honores. La habitación se estremece, la luz se vuelve más cálida y las alfombras retozonas. Las paredes se ruborizan y toda la estancia comienzan a contonearse, se vuelve coqueta y se deja seducir, cómo no. El parqué se humedece y las persianas practican una caída de ojos que solo puede significar una cosa.



Cuando más tarde decido que New Orleans Rhythm Kings o Original Dixieland Jazz Band vuelvan a la vida a través de mi tocadiscos, todo ese rubor se vuelve festivo, pierde la intimidad y se transforma en algo jovial y descarado. La habitación se desabrocha un par de botones del vestido, se vuelve sudorosa, se viste con colores chillones, se pinta los labios y se pone una flor en el pelo...


... esta habitación ha tenido un buen viaje.

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