Así como un lugar se vuelve cutre o macarra cuando suena Christina Aguilera o Rihanna, del mismo modo cuando a través de la tela de araña de los altavoces salen los aullidos de Howlin´Wolf, la habitación se pone seria. Los muebles chirrían para acomodarse, las partes de conglomerado parecen volverse roble y adquieren el poso de un buen vino. A las sillas les salen arrugas y se muestran vividas y llenas de experiencia. Una lija invisible envejece los muebles y la voz se cuela entre las grietas de la madera como un betún de Judea que oscurece y da solemnidad.
Entonces cambio el disco, y dejo que Otis haga los honores. La habitación se estremece, la luz se vuelve más cálida y las alfombras retozonas. Las paredes se ruborizan y toda la estancia comienzan a contonearse, se vuelve coqueta y se deja seducir, cómo no. El parqué se humedece y las persianas practican una caída de ojos que solo puede significar una cosa.
Cuando más tarde decido que New Orleans Rhythm Kings o Original Dixieland Jazz Band vuelvan a la vida a través de mi tocadiscos, todo ese rubor se vuelve festivo, pierde la intimidad y se transforma en algo jovial y descarado. La habitación se desabrocha un par de botones del vestido, se vuelve sudorosa, se viste con colores chillones, se pinta los labios y se pone una flor en el pelo...
... esta habitación ha tenido un buen viaje.
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